Por Ana Alegre
Fingir que todo está bien, una regla social implícita
“Estoy bien”. Lo decimos continuamente. Es una frase automática que nos permite pasar al siguiente punto de la conversación sin detenernos demasiado en nosotros.
El problema es fingir que todo está bien, que estoy bien, cuando a menudo no es cierto.
¿Por qué fingimos que todo está bien? ¿Por qué decimos «estoy bien»?
Enumeramos los principales factores que entran en el juego de las relaciones humanas y que nos empujan a fingir que todo va bien:
- Decimos que estamos bien porque es una regla social que hemos asumido. Aprendemos que cuando el otro nos pregunta cómo estamos en realidad se trata de una pregunta de cortesía, de manera que desplegamos el “guion automático” que rige muchas de nuestras relaciones sociales. ¿Cómo estás? Estoy bien.
- Fingimos que todo está bien para evitar conflictos. A veces, expresar nuestros verdaderos sentimientos u opiniones puede provocar una discusión o tener esa “conversación” que estamos evitando.
- No queremos convertirnos en esa “persona difícil” o añadir una carga a los demás con nuestras preocupaciones y problemas, por lo que preferimos ocultar que no estamos bien y mantener la conversación dentro de los cauces convencionales.
- Decimos estar bien simplemente porque nos sentimos incómodos reconociendo que estamos mal, porque no estamos acostumbrados a expresar libremente nuestros estados internos.
- Fingir que no tenemos problemas o conflictos es una fachada, es una imagen que queremos proyectar al resto del mundo porque deseamos que piensen que todo nos está saliendo bien o puede ser simplemente una coraza para evitar mostrar nuestra vulnerabilidad al mundo.
- En ocasiones esa reticencia a reconocer que no estamos bien, incluso con las personas más cercanas, puede provenir del deseo de convencernos a nosotros mismos de que todo realmente está bien.
Y, en definitiva, si reconocemos nuestros problemas ante los demás, nos autoobligamos a afrontarlos y reconocer que no somos felices, que nuestras vidas no son tan perfectas como nos gustaría o que necesitamos ayuda. En ese contexto, la negación es comprensible. Aunque no es la solución a largo plazo porque generalmente cuanto más ignoremos los problemas, más crecerán.
¿Y si cambio el discurso?
Si hemos negado y ocultado nuestros sentimientos y problemas durante años, no es fácil empezar a escudriñar en ese desorden bajo la superficie. Sin embargo, fingir que somos felices y que todo va bien no tiene mucho sentido porque termina generando un gran desgaste emocional.
Probemos a…
- No sonreír cuando no nos apetece.
- No intentar agradar a todos.
- No presionarnos para parecer perfectos.
- Permitirnos no estar bien todo el tiempo. Y expresarlo.
- Pedir ayuda, si la necesitamos.
Cuando somos más auténticos podemos crear relaciones más sólidas y satisfactorias, conectar de verdad.
Cuando mostramos nuestra vulnerabilidad, los demás también se sienten liberados y son más propensos a hablar de sus temores y problemas. En realidad, no somos los únicos que decimos que todo está bien cuando no lo está. Es un hábito. Pero ese hábito se puede romper cuando comenzamos a pensar y actuar de manera diferente. Cuando validamos nuestros sentimientos y necesidades. Así nos quitaremos un gran peso de encima y, a la larga, podremos lidiar mucho mejor con nuestros problemas.